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martes, 17 de diciembre de 2013

Cambio de imagen (un cretino)

CAMBIO DE IMAGEN



Advertencia: ambos personajes son producto de mi imaginación, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia


1

El hombre se miró en el espejo del ropero y contempló la esbeltez desfigurada en su cuerpo sietemesino – pensó: “este cuerpo va bien”. De pronto tuvo una idea increíble y ensimismado en su estupidez corrió hacia el espejo del cuarto de baño, se miró, y, una especie de mueca a modo de sonrisa iluminó su rostro hipócrita. Sin pensárselo dos veces buscó unas tijeras y recortó su espeso bigote negro y después de varios retoques certificó una agradable mejoría – “Ahora, mi rostro también va bien”, parecía más autoconvercerse que afirmar – hizo un movimiento circunflejo de cejas y vociferó ” ¡coño, más fea es la hija fea del Rey!” – celebró su perspicacia, aquella que le había llevado a Presidente del Gobierno e instintivamente se persignó para exculpar su pecaminoso lenguaje; gesto maquinal que tantas veces había tenido que hacer para consolidarse en su hipocresía. Una vez se hubo enjuagado la cara corrió hacia el comedor, golpeándose, debido a la euforia, con el bidé en la uña del dedo del pie izquierdo – “ ¡Me cago en la mismísima puta! “ exclamó, la mano, volvió a dibujar una mueca religiosa en el rostro.

2

Anita, tengo algo que decirte, algo maravilloso que ha ocurrido mientras me contemplaba en el espejo. – acababan de trasegar unos buenos chuletones de Ávila (sobrantes de una de las numerosas demostraciones de la magnificiencia de la ternera patria, por parte de su inefable ministro Cañete), momento que esperaba aprovechar, como de postre, para comunicar a su esposa su feliz ocurrencia, cuando observó un trozo de nervadura enganchado a los colmillos de su amada, lo cual le exasperó. – “ ¡Coño, quítate ese pedazo de carne de tu boquita de piñones, hija! “ a la vez que maquinalmente su mano volvía a hacer la señal de la cruz.
- ¡Podrías ser mas delicado, Semari¡ ¿Qué es eso que tienes que decirme? – preguntó mientras despejaba, miraba y engullía el rebelde nervio guarecido en su acerado colmillo.
- ¿No notas nada? Fíjate en mi bigote. ¡Ahora somos de centro! y movía, más parecía un orangután, el labio superior para mostrar su facistoide apéndice.
- No me jodas Semari – éste volvió a persignarse (esta vez la pecadora había sido su dulce Ana), ¡No me digas que la ideología de tu política se reduce a un cambio de imagen plasmado en un recorte de tu bigote!
- ¿Te parece poco, muñeca? Pero no, no es solo eso, observa a un político que ha avanzado en sus ideales: España va bien – Tres veces repitió el eslogan que le había hecho ganar con mayoría absoluta las últimas elecciones, motivo que hacíale sentirse orgulloso, pues, no sólo había que valorar las muchas horas de trabajo que había necesitado un equipo de expertos, asesorado con fondos públicos y capitaneado por él mismo hasta encontrarlo, sino también la madurez que, pensaba, había alcanzado el demócrata pueblo español, al mostrarle su apoyo. Cada repetición iba acompañada de un saltito en el sillón, alzando la palma de su mano derecha y estirando el cuello, lo cual hacía sobresalir su varonil mentón, viva estampa del anterior dictador.

viernes, 13 de diciembre de 2013

La piedra barco (infancia perdida)


  
  RECUERDOS DE INFANCIA - Playita de Santa María




 Caminaba cabizbajo, la mente en blanco; no quería pensar en nada; empezaba a recuperarme de la única enfermedad que no obedece a dictámenes médicos: el mal de amores, al cual sólo el tiempo cura. El murmullo del mar sonaba a lo lejos, elevé la vista allá donde la raya del cielo se confunde con el océano, concentrándome en la música del oleaje al golpear las rocas: siempre había sido como un bálsamo que me relajaba. Al poco vinieron a mi mente aquellas mañanas veraniegas cuando a medio camino entre Cádiz y San Fernando, visitaba una pequeña playa encajonada entre dos remotas almadrabas. Fluye fácil la memoria, los recuerdos de tantos y diferentes momentos de mi vida, todos con algo en común, el mar, van aflorando.
Una leve sonrisa se reflejó en mi rostro al recordar lo maravillosa que podían ser cuando la que nos llevaba era la hermana mayor de Bienve (mi vecino y mejor amigo), a la que a veces desbordabánseles por la pieza baja de su bikini algunos matojos de pelos rebeldes a los que yo, a veces con disimulo y otras descaradamente, miraba asombrado y siempre provocando acusadoras y traicioneras erecciones infantiles que me hacían enrojecer obligándome a huir a esconderlas en el agua.
Por los vericuetos de mi memoria siempre discurre el mar, diríase que como en Cádiz, todos los caminos a él conducen. El mar de los días de rabona en la Piedra Barco, con las olas embravecidas embistiendo su proa y la espuma hervorosa esparciendo su olor a algas, su sabor a historia, mitos y leyendas por su casco. El mar de los días de vacaciones en la, nefastamente destruída por la inoperancia de los políticos, Playita de las Mujeres (antiguo corralón de una antigua y desaparacida plaza de toros y del matadero de la ciudad), donde restos de las posibles murallas de Gades, sepultadas por el mal, protegían el paso de las olas favoreciendo la formación de charcas y lagunillas en las que raramente sobrepasaba el pecho de un crío la profundidad de sus aguas. La mar que se tragaba a mi padre, marino de guerra, dejándome sólo eso: un padre. El mar de mi languidez reflejada en sus aguas, rumiando mi amargura, maldiciendo el momento en que me habían subyugado aquellos ojos, aquellos ojos azul mar que me golpearon el corazón, aquellos ojos venidos de la vecina Sevilla y que me hicieron el adolescente más feliz de la Victoria, pero que como no podía ser de otra forma, al regresar a su lugar de procedencia me dejaron triste y lloroso, por primera vez en mi vida, el resto de aquel verano.
Al llegar al final del paseo noté correr el sudor por mi frente y decidí tomar algo. Dirigíme al Bar T. situado en las cercanías. Una vez dentro del establecimiento oí como una camarera comentaba algo a una de sus compañeras. No se porqué pero sentí una curiosidad imperiosa de conocer a la dueña de aquella peculiar voz. No tardó la suerte en complacer mi curiosidad: era, la muchacha, de estatura media y algo rellenita aunque de figura esbelta, una vez se hubo dado la vuelta pude observar, recreándome, los dos preciosos cachetitos que remataban su trasero respingón.
Estaba contemplando a hurtadillas sus profundos ojos negros, su nariz delgada en la que una leve impefección remataba su enigmática belleza; su boca bien dibujada y su justo y magnifico pecho mientras pensaba lo agradable que podria ser sentir el roce de sus voluptuosos labios en mis oídos susurrándome palabras de amor cuando un seco " qué desea el caballero" me sacó con un sobresalto de mis maquinaciones, quedándome hipnotizado ante sus ojos. ! Bien sabe Dios lo que hubiera deseado decirla ¡ "Besar tus labios, acariciar tu cara", pero la cordura manejó los hilos de mi boca, cual marioneta, soltando un desagradable " un Havana con naranja, por favor"
Una vez en la calle no pude dejar de pensar en ella, la otra, aquella cuya herida, si bien ya sanada, aún funcionaba como un antídoto ante cualquier posible recaída. Así, decidí no hacer nada, no mover un solo músculo de mi imaginación para entablar conversación con ella, con X. Seria un amor platónico; sin engaños, celos ni disputas. Nunca estaría con ella pero, por contra, quedaría libre de sufrimiento. Había decidido que ninguna mujer volvería a hacerme daño.
Eso afirmaba, pero a los pocos días mis pasos volvieron a caminar en su busca. Temía que mi mirada furtiva fuese descubierta, delatándome. Sentía que la fuerza de mi corazón se imponía al muro elevado por mi cerebro y , como comprobé que para ella yo no ofrecía ningún interés, decidí hacerme fuerte y dejar de acudir a aquella droga en que X se estaba convirtiendo.
Nunca sabrá que alguien, insignificante, fue capaz de hacer lo indecible por ella, incluso sacrificarse a no volver a verla jamás.

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Poco tiempo después, en un papelera recóndita, aparecieron unos imperfectos pero sinceros versos, a los que X, movida por su intuición, relacionó con aquel extraño cliente que tanto la miraba y a quién hubiera querido conocer.


 Melancolía

                                                                                             
Cuando contemplo tus ojos
 de azabache, risueños, tu mirada
 me inflige una cierta congoja
 congoja de no poder sentirte en mis brazos:
 porque te amo. Te amo a tí y a todo lo que eres.
 Te amo como se ama al amor:
 sin estridencias, sin exigencias.
 Te amo porque sí, porque te amo.
 Cuando te miro no me importa nada,
 nada me importa lo que piensas,
 ni tan siquiera tu indeferencia
 o si se trasluce mi pasión,
 pues al no ser un amor interesado
 no me hace daño lo que sientas;
 yo, tan solo, te amo...y ya está:
 a nadie hago daño y a nadie,
 pienso, le deba importar.